Antología de Terror

Jorge Hernández

Índice

  1. Prologo
  2. Dedicatoria
  3. La Última Parranda
  4. Bailando con el Diablo
  5. Almohada
  6. El Fondo
  7. De café y sangre

Dedicatoria

Quisiera dedicar este compilado de textos mal escritos, a quien, aunque todavía no naciera cuando fueron creados, representa para mi hoy en día, una fuente de inspiración infinita.

A mi hija Dalia.

Tu papá, Jorge.

La Ultima Parranda

En verdad que tengo un gran desconcierto, pese a ello, me da alegría recordarlo, me llamarán loco por lo que estoy a punto de contarles, no diré mas y ustedes mismos lo juzgarán.

En aquella noche de invierno me encontraba muy triste, una extraña soledad se había apoderado de mi alma, una incertidumbre me había golpeado por debajo de mi cuerpo, el frío me era inmune pero aquel sentimiento no. No dejaba de pensar en mi miserable vida, lo tenia todo, dinero, tierras a mi merced, propiedades caras, una gran salud, una familia y amigos que me apreciaban, y sin lugar a duda, una esposa hermosa que me demostraba a cada momento su amor.

No entendía aquella nostalgia. Destapé una botella de champagne y comencé a beber a pequeños tragos en el balcón de mi recamará. El sol se ocultaba haciendo el frío mas propenso. Mis trabajadores ya descansaban, hacían un buen trabajo con las tierras, en recompensa yo les daba el mejor trato que pudiera solventar los gastos de sus propias cosechas, nunca vi en ellos alguna expresión de odio hacia mi, provenía de una familia española y nos hacían llamar Latifundistas. A pesar de ello, cada uno de mis trabajadores tenia asignada una propiedad que en cualquier momento les daría apoyo para su construcción, sin embargo parecían estar felices con lo que les brindaba. Algunos de ellos guardarían la propiedad para sus hijos o al menos eso había escuchado al hablar con ellos.

Mis amigos me restregaban en cada momento mi situación y relación que tenia con mis trabajadores, que no debía ser tan amable y que solo servían para trabajar y no para vestir ropas de clase. En eso se caracterizaban mis trabajadores, siempre vestían bien, tanto ellos como sus familias, les daba un aspecto de clase y no de esclavos.

Tal vez emplee mal las palabras, no quise decir amigos, sino conocidos ambiciosos y egoístas, todos eran iguales, se elevaban por lo que sus padres les habían otorgado creyendo tener el poder para tratar mal a sus esclavos y explotarlos, podía ver en sus ojos el repudio que les tenían, a tal extremo de considerar a sus trabajadores bestias o animales sin pensamiento propio.

En eso se equivocaban, su piel morena solo ocultaba sabiduría, desde siempre les brindaba educación y en ocasiones les prestaba libros que comprendían perfectamente incluso mejor que yo mimsmo. Después entablaba con ellos largas conversaciones y me sorprendiá de tan intelectuales conclusiones.

El crepúsculo me dejaba encantado, los colores sombríos que circundaban a los opacos y morados rayos del sol parecían un arco-iris de luces estrepitozamente resplandecientes. La tarde paso tan lenta dejándome disfrutar del buen sabor del champagne, cuando por fin la noche llegó, salí a dar un paseo, el champagne me había dejado un poco mareado, las calles de Guanajuato que estaban entre montañas se fundían con la oscuridad haciéndome perder en mi camino entre casas rusticas y barrocas, pese a todo ello, llegue al lugar que buscaba, un bar del la ciudad llamado “Piedras Negras”, era un lugar común pero no un bar cualquiera, que se distinguía por recibir solo a hombres de alta clase social.

Me dirigí a la barra, donde un hombre de ropajes finos estaba con copa en mano, era viejo y a simple vista daba una impresión de ser un arrogante español como todos los demás.

- Monsieur, ¿que va a querer? - , dijo el cantinero con un exagerado toque frances, a lo que conteste que me trajera una botella de tequila.

El bar estaba casi vacío, de no ser por un hombre que se ocultaba al fondo. No lo distinguí bien, la luz no llegaba a donde él estaba, se dio cuenta de mi mirada hacia él, y se puso en pie, caminó en mi dirección, y en cuanto la luz le dio en la cara pude distinguir esos ojos claros que me miraban fijamente. Sentí un escalofrío que pronto se borró al darme cuenta que se trataba de Dorian, un amigo mío que hacía mucho tiempo de no vernos, - monseñor, brinde conmigo -, dijo, a lo que con los ojos iluminados asentí que si y se sentó a un lado de mi aun mirándome. Su aspecto era el mismo a como lo recordaba de no ser por una extraordinaria palidez en su piel, elevo su copa dándome la señal para brindar.

- Tanto tiempo viejo amigo, ¿Cómo has estado? -, dije con un gozo increíble, me daba tanta alegría verlo, me hacía recordar tantas cosas, tantos momentos que en mi vida han sido de lo mas significativos.

- Hay de hablar de mi vida que pronto os contaré, en cambio te veo a ti y veo una gran nostalgia, a caso no eras tu quien siempre me llenaba de alegría en vuestra juventud -

Me sorprendió con estas palabras, notó en mi algo que ni mi esposa misma pudo; tenía razón, yo era quien siempre le alegraba el día, quien a pesar de los malos momentos siempre trataba de hacerlo ver cómico, pero que ahora tenía en mi alma una trágica comedia que me consumía por dentro.

- ¿Qué os hace tan infeliz? -, dijo, - No lo se viejo amigo, en verdad que esa ha sido la pregunta más irónica que me puesto, a decir verdad, tengo todo lo que cualquier hombre desearía, más sin embargo un vacío total me sofoca -, su mirada me hacia ver tan transparente ante él que no podía ocultar nada.

- No os preocupeis, solo brindemos por este día -, me dijo dándome consuelo, y así lo hice, levanté la copa y brinde con él.

Su brindis me desconcertó un momento, respiré profundamente y de pronto pensé, ¿Cómo es que él estaba en la ciudad si hacía tiempo que se encontraba en Paris?. No me importo, y brindamos hasta embriagarnos con los mejores licores de la cantina.

Me sentía fuera de control sobre mi mismo, en cambio él parecía como si no hubiese tomado bebida embriagante alguna, mis manos se tambaleaban por la barra, pero aquella alegría que hacía tiempo había perdido ahora estaba conmigo, recordamos juntos todos lo momentos felices que vivimos, por los amoríos que jugábamos, por los pensamientos de Voltaire que en noches de lluvia discutíamos, tantos y tantos recuerdos magníficos que me alegraban el alma. Pasamos toda la noche ahí, hasta aquel momento en que seriamente me dijo al oído - Amigo mío, sabéis por que estoy aquí, habéis recordado vuestro pacto -, en cuanto dijo eso, una visión se formo dentro de mí explotando espontáneamente.

Aquel pacto del que me había hablado lo recordaba, fue la última noche que nos vimos antes de que él partiera a Madrid para continuar sus estudios, y finalmente a Paris. Nos habíamos embriagado tanto como esa noche, juramos algo que había olvidado por completo. Juramos el uno al otro, morir juntos, que si uno de nosotros moría, vendría de inmediato por el otro, el recuerdo me dio miedo y sencillamente me paralice ante aquel juramento de amistad.

Desperté de inmediato, me encontraba en cama junto a mi esposa que pronto le hablé de mi terrible pesadilla, pero me asombré más cuando me cuestiono sobre dónde había estado toda la noche.

Juan, nuestro portero, me había recibido en la madrugada diciendo que un extraño hombre me había traído completamente borracho. Por supuesto me dejo un poco inquieto lo acontecido y en cuanto desayune, me dirigí a la cantina donde había estado bebiendo.

Al entrar a aquel lugar, incluso, me parecía menos abrumador que la noche anterior, pero la peste a alcohol y tabaco aún se impregnaba al olfato facilmente. Salude al cantinero francés y le pedí un momento a lo que accedió sin problemas.

- Monsieur, ¿Llego bien a casa? -, dijo con una sonrisa burlona pero amable a la vez. Parecia limpiar copas de vino vacias que luego depositaba en un estante trasero.

- Cantinero, el hombre con el que estaba anoche, ¿dejó algún recado? -, el hombre me miró fijamente haciendo guiños en entrecejas.

- ¿Que quiere decir monsieur?, ayer solo estaba usted, hablaba y reía sin razón aparente -, - No, no -, dije, - El hombre alto, blanco, de traje negro y ojos claros. -.

- Monsieur, le digo que solo estaba usted, tuve que pedirle se marchara por su propio bien y así lo hizo -. Insistí nuevamente, pero el hombre lo seguía negando.

Regresé a casa con desconcierto, de inmediato Juan me llevo una carta que había llegado desde Paris de la Señora Tondeño que decía lo siguiente:

Madrid, España. 8 de Diciembre de 1930

Señor Mendoza, con el mas triste consuelo le informo de la muerte del señor Dorian López Vergara muy amigo de su familia y de usted.

Tal vez esté esperando por mi, y se que hubiera cumplido su promesa de no ser por mi necedad de vivir.

Bailando con el Diablo

Humo moribundo que te paseas ante las ondas sonoras de la música, rayos violeta, rojos, verdes, y una multitud más de ellos traspasan cada partícula de smock diurno. Paredes negras combinadas en colores morados cambiantes de un estilo tal vez colonial a barroco, pero, con una sutil esencia moderna. Pensaba Fátima al caminar en ese oscuro lugar iluminado por luces neón bailarinas que iban y venían en un lento y rápido vaivén.

Miraba cada rostro hundido en diferentes abismos, miraba cada cuerpo en pleno movimiento lento causado por el sin fin de flash’s de la discotech, trataba de no mirar a los lados, pero era inevitable ver como cada parte del cuerpo de los locos bailarines se movían como si la música causará un efecto de descarga eléctrica sobre ellos.

Se detuvo frente a la barra, miró sobre las botellas plasmadas en las maderas del bar y se sentó pensado de nuevo: Bebidas adulteradas, ¡que diablos!, ¿vodka, tequila, brandy?, de cualquier forma estaré ebria al terminar la noche.

El barman la miró y ella señaló el vodka. El barman aun la miraba esperando una respuesta mucho más concreta y especifica, la furia de ella incrementó hasta el punto de tomar cualquier objeto sobre la barra y lanzarlo sobre esas botellas, o tal vez contra él. Se detuvo respondiendo - jugo de naranja -.

Miró de nuevo la barra y encontró en ella un cenicero el cual hubiera lanzado a cualquier costo, pero algo en ella la detuvo, ¿conciencia? pensó de nuevo, y la maldijo una y mil veces. Observó la copa casi en sus manos con el color amarillento de la naranja y lo bebió de un solo trago.

Aun pensaba en esa palabra, "conciencia". Pensaba en el juicio del día anterior, el cual, había ganado a merced de la mentira y haber puesto en alto su nombre como buena defensora jurídica, una patética abogada. De haber triunfado haciendo parecer a un delincuente como al más inocente niño. Su alto conocimiento y facilidad de palabra creado después de tantos años de estudio y dedicación aun sin contar la experiencia en la vida que ha llevado le aseguraban cualquier debate ante el mas rudo juez.

Pero aún más se preguntaba si era la vida que ella quería; si eso era lo que desde pequeña había buscado.

¡No!, solo era producto del manejo de su padre, solo eso, por esa razón la maldecía una y mil veces.

El sonido solo le causaba náuseas al mirar a los miles de esqueletos bailar en la pista, tomó la copa y bebió una nueva cantidad de vodka en jugo de naranja. Miró hacia la pista, observando a cada par pegando su cuerpo al otro y la imagen se le meneaba por el efecto de la bebida.

Saber lo que esperaba de la vida ahora le tenía sin cuidado, ahora solo esperaba ver a su divino y bello Lestat, a su vampiro Lestat que era mas que un sueño para ella. Era más que dueño de la poesía que escribía; ese ser eterno que solo existía en sus novelas “Confesiones de un Vampiro”, y que no era el tipo cualquiera que nunca jamás conocería.

Por que sabía que independientemente de verlo como vampiro, lo miraba como a un dios. Fuera de ese demonio bebedor de sangre miraba a un humano tan bellamente pintado en la vida después de la muerte, aferrado a convivir con los vivos, profeta entre su estirpe, un Nietszche romántico, amante de lo vivo y de lo muerto, implacable Cristo nocturno, mismo que si mirase al propio demonio le escupiría en la cara. Por esa razón le amaba y llamaba en sus más austeros pensamientos, pero ni aquí ni ahora el vendría. Pobre poetisa esquizofrénica, pensaba y casi susurraba el nombre de Lestat en silencio.

- Lestat, Lestat, amor mío, Lestat -. Tambaleante abandonó aquél lugar hasta llegar a su auto, cuando a punto de abrir la puerta miró a poco más de unos 15 o 20 metros de distancia a un hombre parado en un pilar del lugar. Aquel aspecto le dejó estupefacta. Alto, delgado, de cabello rubio rizado y de unos impresionantes ojos azules que resaltaban de su cara totalmente pálida. Vestía elegante, de camisa blanca y un saco negro que se ajustaba perfectamente a ella.

- ...sueño paroxiano, amor lejano y de infortunios decesos has venido! -, dijo pensado en su amante literario nombrado Lestat.

El hombre se acerco y le miró fijamente, el sonido electrónico sofocado por las paredes de la discotech ahora formaba parte del viento victoriano que su imaginación creaba a merced de aquella escena.

Estaba a solo unos pasos de él; sus ojos le tenían aún estupefacta, tan claros, tan brillantes, tan bellamente colocados en aquellos orificios sombreados en la palidez de su piel.

Aún más se impresiono cuando el hombre “Lestat” sonrió. Miró en su boca a la más hermosa luz. Debajo de esos labios contorsionados y morados a una blancura que deseó en su boca, a una frialdad que seguramente le hubiera dado la mas sensual calefacción, y deseó aún mas ser su amante vampiro, como lo había sido Gabrielle, aquella mujer que había creado a Lestat desde pequeño, su madre, que a punto de morir salvó a merced de la muerte eterna. Pero pensó aún más en el bello y romántico Louis, tal vez la mejor creación de Lestat, el bello Louis, el apasionado y sufridor de la belleza humana.

Se preguntó así misma sobre a quien amaba mas, si a su poscrito Lestat, o al sufridor y existencialista de Louis. De cualquier forma, ahora tenía frente a ella al mismo Lestat, a un ser extremadamente poderoso, capaz de destruir la civilización humana pero por amor a ella de ninguna manera lo haría.

Rápidamente lo tomó entre los brazos y sin pensar mas en el ser oscuro que tenia frente a ella lo beso. Se mantuvo en sus brazos y no se dejó caer por la tan exquisita sensación de esos labios morados y fríos. Fue como si transgrediera aquella barrera del placer que nunca nadie ha experimentado, sintió aquellos grandes y filosos colmillos blancos que apretó junto a sus labios, lo tomo y casi bebía de él.

Casi aun sin pensar y dejándose llevar por él deseó, pronto se encontraba desnuda en su departamento con aquel cadáver divino.

Su piel era tan blanca como la nieve, y todo lo que veía cuando lo miraba era absolutamente insustancial, era una mezcolanza de pequeños movimientos y colores indefinibles como si careciera de cuerpo y solo fuera una acumulación de luz y de calor, él era la luz misma, y ella, aunque como la poetisa oculta bajo una abogada, se esforzaba apenas lograba ser parte de una pavesa en su llama.

Que importaba eso, esa noche seria la nueva amante de Lestat, un nuevo ser que conocía a detalle, un ser que viviría eternamente y disfrutaría a través de los años el cambio de la tecnología sobre los humanos, dormiría en lugares ocultos, bajo teatros de París, en hoteles de Nueva Orleáns, en castillos lejanos a la civilización debatiendo junto a Marius la poesía de Baudelaire.

Sabía que hoy era el momento, sabía el cruel letargo que pasaría cuando muriera y renaciera en un ser muerto, sabía que en cualquier momento bebería de la sangre de Lestat, escucharía el tam-tam de un tambor, y cada vez sería más frecuente, tal vez, el sonido apagado parecería el rugido de un animal que se le viniera encima a través de un bosque oscuro y desconocido. De pronto, escucharía un nuevo tam-tam concentrado en su propio ritmo sin poner la más mínima atención al primero, el sonido se haría mas y mas fuerte que llenaría todos sus sentidos. Casi podía sentir que aquella sangre que bebía, vibraba en todo su cuerpo, en los labios, en los dedos, en la piel de las sienes y sobre todo en las venas.

Sabia que el momento se aproximaba, era cada vez más cercano y que en cualquier momento Lestat clavaría sus blancos y filosos colmillos en su cuello.

Pero el momento se iba, la noche pasaba tan rápidamente que en cualquier momento amanecería. Fue entonces cuando despertó de ese letargo, no pensaba que aquel despertar fuera tan amargo, la cabeza junto con todos los músculos de su cuerpo le dolían, una sed tremenda le invadía, no sabía si era de sangre o de algún otro líquido, un rayo de luz le mitigo a ver, su piel empezaba a re-estirarse y sabia que el sol podía matarla; pero no pasaba nada. Miró a su alrededor para darse un deleite de las cosas nuevas que podía ver como ser oscuro (como en sus libros literarios de vampiros), pero ni la propia oscuridad se aparecía en aquella brillante sala.

La ignorancia la tenía ciega, ¡no era un ser oscuro, no era como Lestat o Louis, ni siquiera como el Drácula de Bram Stoker!, el sol no le dañaba en lo mínimo más que lo cotidiano causado por la tremenda cruda del Vodka adulterado que bebió la noche anterior, a ello se debía el dolor de cuerpo y aún más a esa sed tremenda de agua y no de sangre.

- Poetisa estúpida, martirio patrimonial adquieres de tu país –, dijo al darse cuenta que el ser de la noche anterior no era más que un tonto humano, que vasto a sus capacidades intelectuales le permitieron acostarse con una bella y ebria mujer abogada y robarle todo su dinero, tarjetas de crédito y hasta el mismo auto. Corrompida por la verdad, su literatura se dedujo no a una prosa si no unas cuantas palabras “...Poetisa pendeja, no es Nueva Orleáns o Paris o cosa por el estilo, es el DF”.

Almohada

Como olvidar sus pequeños ojos claros que me recordaban al cielo azul sin nube alguna que mostrara rastro de impureza, se asomaban entre su cabellera rubia rizada que le caía sobre sus mejillas.

La más hermosa mujer que había visto en la tierra, y que provocó en mi un tumulto de sensaciones coordinadas como notas sobre el aire. Sin duda alguna caí a sus pies como cae un suicida ante un desfiladero sin fin. Su gran singularidad sarcástica de tomar una plática entre personas de gran saber sobre los temas muy concurridos entre los "intelectuales" me conquistaba. Pero sabía que en sus momentos de soledad todo su semblante desaparecía y dejaba ver a través de un cristal a una mujer de única pasión sobre la muerte.

Fue hasta hace poco que me di cuenta de su verdadera personalidad y no de la máscara que usaba ante la sociedad. Llevaba más de 2 años de conocerla y ahora era mi esposa, y poco más de 3 meses que me di cuenta de ello. Era como si no la conociera, la miraba sobre la cama sentada ante la única luz de una veladora, mirando al vacío de la habitación, dejando escurrir lágrimas que apenas podía ver ante la poca luminosidad que la cubría. ¿A que se debía?.

No más que a su deseo de morir solo por amor. Me decepcionaba él que no me lo dijera, y me diera cuenta ante su gran nostalgia que en esos momentos demostraba y tal vez sin darse cuenta que la observaba.

No podía hacer nada, por más que cumplía con mi papel de esposo, su nostalgia y melancolía no desaparecían. Sin embargo, esto me hizo amarla mas de lo que lo había hecho, me atraía con gran amor todo aquello que no demostraba y me dejaba ver entre sus ojos claros azules.

Traba de hacer cumplir todos su caprichos o deseos, pero ella no pedía nada en lo absoluto. Llegó el día que no podía cargar mas con esa mascara y dejó caer el telón de su semblante, haciendo traslucir su infinita y trágica melancolía.

Tanto fue mi deseo de amor, que entendía todo su odio y sufrimiento, y sin darme cuenta, poco a poco me mostraba así, tal como ella; con mucha nostalgia, con un repudio ante todo aquello que miraba, ante todos aquellos a los que amaba, ante mi mismo, ante el asco de estar encerrado en mi propia piel, y la única cosa a la que podía amar era la muerte.

De pronto ella se daba cuenta de todo, de mi cambio y solo me abrazaba y se hundía junto conmigo en esa oscuridad de incertidumbre.

Pocas cosas eran las que me hacían sentir bien, solo por la única razón de encontrar en ellas el sabor de la muerte. Podía encontrar en el amor a la muerte y más en el amor que me brindaba. La amaba y odiaba por eso, por amarme y sumergirse en mi propio limbo que en realidad era de ella; por llevarme a la superficie de la muerte.

Ante todo, mi máscara seguía en pie en mi trabajo, en la sociedad que me rodeaba, nadie podía notar el cambio y la tristeza más que ella, y había momentos en que no diferenciaba entre el amor y el odio, caminaba ante esas calles sombrías pensando en ello y me detenía entre iglesias con un extraño deseo de estar dentro. Me negaba a hacerlo, y pronto lo olvidaba caminando en otras direcciones.

Aquel sentimiento era tan grande que no lo podía retener sobre mi pecho y en ocasiones sentía como querría liberarse como en pequeñas explosiones; alteraba todo mi ser, y lo hacía tan vulnerable al miedo, a la soledad que en sí no era soledad si no más bien repudio ante todo aquello que me mirase o tocase. Sentía un mal tan espantoso que va más allá del dolor. Ahora sabía que no existía cura para ello, que no era más que una simple presa ante los colmillos de la nada.

Poco tiempo después, ella empeoró, su rosada piel se tornaba a una piel en extremo pálida, me recordaba a la nieve misma sobre las montañas bañadas de árboles fríos y oscurecidos, sus ojos se opacaban cada segundo, como una veladora a punto de cesar su alumbrante llama.

Quedo en cama, la luz le dañaba los ojos por lo que el cuarto siempre estaba oscuro, apenas penetraban algunos rayos sobre la roja cortina. De cualquier manera la oscuridad no era creada por el encerradillo del cuarto si no mas bien de su espíritu lleno de muerte.

Los recuerdos me perturban..., sus deslumbrantes escenas que no duran mas de un segundo y cambian constantemente explotan en mi cabeza. Hay de mí, que de un dolor agonizante grito en silencio, no más que de la sangre del corazón mismo he derramado sobre mi alma, la he manchado todas las noches...

...Excavando sobre aquella tierra de fétido olor y cubierto de lodo por la lluvia terminé. Mis alaridos sobrepasaban las luces de la muerte, con mis propias uñas excave, y excave, llamándola para mi felicidad. No soportaba llegar a ese cuarto borracho de angustia y melancolía encontrando solo mi almohada sobre la cama que de manchas rojas está. El silencio que creaba me perturbaba y penetraba hasta mi cerebro, se hundía sobre mi pecho, millones de alfileres traspasaban mi corazón una y otra vez, y ella simplemente posaba en cama en silencio. La llenaba de besos y carisias que sin respuesta alguna me dañaban.

En repudios decesos bailaba con ella mezclándonos entre la oscuridad del cuarto y la poca luminosidad de las velas. La melodía nos mecía juntos, sus ojos permanecían cerrados y caía ante mí por su débil fuerza, parecía una muñeca sobre mis manos, cantaba en grandes himnos de vida que veía sobre sus ojos, bailábamos gozando del ritmo sinfónico. No puedo reconocer entre sueños y realidad, o era la fuerza del amor que me tenía ciego ante la muerte misma de mis pesadillas; no podía tomar mi mano mucho menos brindarme una caricia, la dejaba sobre la cama con los brazos juntos posando para mí como una pintura olvidada...

...Mirando el techo una idea macabra recorrió mi mente, ¡no!, ¡Imposible!, le miré, quieta y los recuerdos volvieron causándome un dolor sobre los ojos. La tomé en mis brazos y la abrase, llenándola de besos como cada noche, hundiéndome con ella en ese abismo de amor, le susurraba “ce es la plus belle dame que j'ai vu”. Recorría todo su cabello rizado que noche con noche se opacaba más pero que se vislumbraba por lo hermoso de sus azules ojos como zafiros sobre la noche. La tocaba de pies a cabeza y besaba por todos lados, me llenaba de sangre y pedazos de carne putrefacta colgaban de mis dedos, me hundía tan profundamente y le hacía el amor como cada noche... ...desde el día de su muerte...

El Fondo

Fue apenas ayer, cuando, de mi corazón emergía sangre como de un descampado. Se expandía la sangre hinchando una imagen cruel y dolorosa.

Herida no por cosa que traspasara mi piel físicamente, si no más bien, por algo insustancial, algo que no abriría mi piel, pero que la penetraría sin mancharla hasta llegar a mi corazón como una burbuja de aire.

! Imagina pues el dolor que causa tal burbuja, destrozando mis arterias, alterando mis venas, mi pulso, y mi sensibilidad !

Como poder olvidarlo, siento como si una gran parte de mi fuera arrancada vil mente, dejando solo el esqueleto de ello, “recuerdos”. ¿podía evitarse?, pero no quiero contarte mi desconsolado caso, que apenas me deja escribir, beberé un trago más de whiskey y continuare con ello. Y por más que recurro a este elemento no hace del olvido mi amigo, pero si del mirar más borroso, ¿o tal vez mas claro?, tal vez ambos al mismo tiempo. Perdona, contaré lo que he prometido. Una vez más me siento desconsolada, y no se si es por mi caso, o por el de ella.

Mi sensibilidad no es común, soy dura en carácter y sin embargo ello me deja con tristeza y pena. Apenas abrí la puerta la vi a ahí, recostada, cubriéndose con sus delgados brazos en el rincón de la habitación, un cuarto oscuro y tenebroso, ningún cuarto es como este. Se encuentra en el final del pasillo, una puerta de metal casi oxidado le prohíbe escapar, una reja en ella se abre con estruendoso ruido para ver lo poco que la luz deja mirar, y cuando esta cerrada, juraría que el cuarto no es más que el propio infierno.

Por alguna razón se le nombraba “el fondo”, y solo los más extremos enfermos mentales son alojados ahí, aunque en mi larga labor de 20 años trabajando en el centro, jamás, jamás se había alojado ahí a alguien, rumores cuentan que así ha sido desde décadas.

Me hace pensar en muchas cosas sobre el centro, es tan viejo como lo es un castillo, con al menos 100 años de antigüedad, y no dejo de pensar en la clase de enfermos que se alojaban ahí. Debían ser extremadamente locos, o depravados y asesinos.

Es bastante claro que morían encerrados durante un largo tiempo, ¿qué crimen les haría pagar su condena en “el fondo”?, algo terrible tal vez, o simplemente ideologías que en aquel entonces eran consideradas blasfemias. Si en cierta época asesinaban en nombre de la iglesia a personas totalmente inocentes, no debería dudar que los encerrasen en un cuarto maldito por sus contingencias. Y era mi deber como doctor psiquiatra, tratar el caso.

Cuando me asignaron al paciente, mi piel se estremeció como un árbol es estremecido por el viento. Mis manos sudaron dejando mancha en los expedientes que tenia con migo. Mi voz huyo de mi, y lo único que conocía de ella, era, su nombre. Macthiel.

Estaba ya dentro de él tras abrir la puerta, el ruido bien pudo despertarla por ser tan horrible y chillón, mi mente imaginaba cosas desde entonces, pues el ruido de la puerta me asemejo al llanto de una mujer. Le miré, ahí, tan frágil y débil, como momia viva y muerta a la vez; no le miré el rostro, apenas la luz me dejaba ver sus manos y piernas que encogidas le hacían ver como una anciana agonizante.

Me acerqué, camine despacio, escuchando cada paso que mis zapatillas creaban con el piso, ahora los sonidos se me asemejaban a un loco asesino cavando una tumba en algún lugar del patio, pisada tras pisada, cavadura tras cavadura, el miedo se apodero de mi ser, el temblor de mi corazón sonaba tan macizo y alto que casi podía escucharlo. Abría mis ojos para ver cualquier movimiento que pudiese hacer.

Ahora estaba en mis pies, me incliné y trate de mirarle el rostro. Con previsora cautela, moví mis brazos para tocarla; el tiempo transcurría lento y la eternidad se engendró en esos minutos de miedo. Aproxime mi brazo, los suyos estaban cruzados y sobre su pecho, la toqué y sentí mi pulso más acelerado así como el latir de mi corazón más aprisa, su piel era escamosa, producto de la suciedad, pero tras de eso, solo parecía polvo que ocultaba el brillo de su pálida piel. Estaba desnuda, le separé los brazos completamente, su cara aun seguía oculta por su pelo, negro como el abismo que se fundía con la oscuridad del cuarto.

El miedo aumentó, sentí como el silencio clamaba mi desesperación, las ideas desaparecieron de mi mente como si fuese agujereada por algo, le tome de la cabeza y la puse sobre mi brazo, la recosté hacia arriba y le sostenía con mis manos, entonces le separé el pelo, lo tome y sentí lo suave que era, parecía seda, poco me importo el “por que” de su suave pelo y sin rastro de suciedad como no lo era su piel. Lo partí en dos por su frente, lo quité de ahí como si se tratase de una muñeca.

Lo primero que vi en su rostro, fueron esos ojos negros completamente, que no parpadeaban, profundos y maliciosos, encarnados en venas, enormes que ocupaban gran parte de sus ojeras, unas pestañas largas y quebradizas, bajo de ellos, solo una nariz respingada, y unos labios tiernos como la parte más noble de sus facciones.

Doy gracias a dios que estoy viva, aunque ahora dudo de su existencia, ¿cómo dios crearía cosa tan espantosa como lo es el hombre? , ¿cómo dios se reclamaría omnipotente si la omnipotencia significa el todo y sin embargo él es nada?, ¿cómo el hombre podría declarar obra de dios a lo que simplemente es producto del ser mismo y de la naturaleza?, ¿cómo, siendo perfecto, cual error suyo se cubre con la simple indecencia y cinismo de “es incomprensible para el hombre comprender el poder del omnipotente”?, lo deja ver como si fuese cosa que no le importase, ¿qué hay del plan de vida que “nos prepara”?, ¿qué hay de aquellos que nada se les tiene preparados y mueren a causa de su razón estúpida y absurda?.

Pero, en cambio, si existiese como un ente poderoso capaz de ponernos en su palma y probarnos si caeremos o no, lo aclamaría. Así lo hice en aquel instante. Me asusté, el miedo fue el amo de este cuerpo decadente, vi sangre, y miedo, más miedo, el silencio solo era fondo de la rítmica aceleración de mi corazón, ahora eran dos asesinos cavando bajo la lluvia, ambos depravados, ambos asesinos, cavada tras cavada y tras cavada, y yo, indefensa, oculta bajo el techo de mi casa que me parecía desconocido.

Pronto volví la mirada, y recordaba que estaba con ella, con la niña de la habitación de “él fondo”, una asesina, o una indefensa niña, pero, a mi contacto ella reacciono y no me pude resistir, mis nervios casi se colapsaban enredándose con mis venas, mis ojos crecieron tratando de salir de ahí, grite, lloré y supliqué, pero mi voz parecía estar vacía, seca, y las palabras no abundaban lo suficiente como para que puedas comprender lo que te digo.

Sangre, latido, sangre, latido, corazón, latido, muerte, y más sangre. Silencio, débil, desterrada, asesinada, ahogada, maltratada, mutilada. Recorrí un sin fin de paranoias y sufrimientos, los que más te puedas imaginar, todos, con el sabor a la muerte.

Me vi, ahí, muerta, cubierta de sangre, mirando el techo de la celda como si fuese el de mi casa, solo que con más tranquilidad. ¿cómo sobreviví?, ¿qué fue lo que sucedió?, ¿qué fue realmente lo que pasó en esa habitación?, me siento incapaz de decirlo, pues fue apenas ayer, cuando de mi corazón emergía sangre como de un descampado, se expandía la sangre hinchando una imagen cruel y dolorosa, la imaginación, y el vicio de mis desquiciados actos no me deja decir lo que sucedió...

Expediente A1521CC.
Habitación CS666

Centro de Rehabilitación para enfermos mentales.
New York, USA. 1959.

Rhutny Klevar Berenice.
Enferma mental.
    62 años de edad.
    20 años internada.
    Sin muestra de mejoría.

A los 42 años de edad, tras el divorcio de su segundo matrimonio, Rhutny Klevar Berenice asesinó a su hijastra llamada Macthiel de tan solo 12 años de edad.

Con demasiada frecuencia repite una historia a la que llama “El fondo”.

De café y sangre

Sed testigos de vuestro mal, del ensueño de la muerte. No temáis a la muerte; podemos ser tan supremos a ella, al miedo no, el miedo es tan supremo a nosotros, les contare.

Me encontraba en medio de la calle, la lluvia lo cubría todo, mire los edificios, parecían estar inclinados de una extraña manera como a punto de caer, sin embargo no cubrían en nada a la lluvia, el agua me caía por toda la cara, me resbalaba desde el pelo hasta mi barbilla, ¿Qué me hacía seguir ahí?, todo aquello me pareció tan absurdo. Mirad, personas, autos, basura, y mas basura, una ciudadela llena de contaminación, contaminaciones comunes, tóxica, lumínica, auditiva, visual, bla bla bla, y la peor de todas, la emocional.

Cuantos habrá de nosotros que somos víctimas viles de la actualidad, viviendo de una visceral monotonía gris, pero, ¿lo monótono existirá realmente?, entonces vi la luna en pleno día, esplendorosa, ¡enorme!, tan enorme que parecía una cúpula en el cielo, como el sol. Podía divisar los enormes cráteres sobre su superficie, en verdad era grande, la lógica no me decía nada hasta que respire un par de veces.

¿Una luna con tal diámetro, enorme, cercana?, ¿Nada igual mire antes?. Algo peor vino después, apareció frente a mí algo extraño y horrendo, digo algo por jamás haberle visto antes, y digo horrendo por que provoco en mi miedo. Era algo, un animal, un hombre, todo a la vez, tenía cuerpo de caballo, cuernos de toro, una pata de gallo, un pecho peludo como de león, alas de halcón, y un hocico del que emanaba un olor horrendo, se abrió en él mostrándome todas las cavidades de sus dientes y entonces habló “Bienvenido”, grite, y solo desee ser un monótono tomando café por la mañana.

Desperté y lo único que vi fue el vapor salir de una taza, una simple taza de café probablemente negro que mire a mi costado, escuche un tic, y luego un tac, y después otro tic, y otro tac, escuche el silencio, ¿Habéis escuchado el silencio?, yo lo hice, me encontraba recostado, en uno de esos sillones que usan los “Trata locos”, y decir como estaba yo, diré que sudaba, diré que respiraba agitado, diré que no encontraba un punto de agudeza especial a la normalidad.

Escuche una voz, era ligera, entonada y clara - No te levantes, respira profundo, yo me haré cargo de todo, ¿aun deseas ese café que me pediste antes de iniciar la hipnosis?, espero lo recuerdes -.

Temí, temí mucho, temí no saber lo que me pasaba, fue en tan solo unos segundos que algunos recuerdos volvieron como una película maltratada y vieja, la recordaba a ella, Yani, amiga mía desde la universidad, recordaba este consultorio, recordaba a que me dedicaba, era psicólogo, un prestigiado hombre dedicado a la ciencia, me es sorprendente la forma en que recuerdo todo, y del mismo modo me es sorprendente que no recuerde algunas cosas.

Acabada de recobrar la razón, me encontraba en mi auto, claro está que no era yo quien iba al volante, pero miraba todo tan distante de mí, me sentía tan fuera de ser yo, y tuve la inquietud de preguntarle a mi amiga sobre lo ocurrido - me dirás idiota pero, dime, ¿que hacíamos en el consultorio? -, dije y mire en su rostro sorpresa. Sus ojos fijaban camino en las calles, calló por unos instantes antes de responder y luego dijo - La presunción no era común en ti, ¡es verdad!, no recuerdas nada, disculpa, cuando lleguemos a casa te explicare con mas detalle -, no me sentí nada satisfecho con lo que había dicho, y solo esperé.

Estábamos ya dentro, sentía una enorme necesidad saber sobre lo que había ocurrido, y le pedí que se quedara, que me diera consuelo, y aplacara esta incertidumbre. Nos sentamos, recordaba la sala de mi casa, una sala poco colorida que se debía a mis gustos nostálgicos, las paredes de color verdio, un techo gris, cuadros con una sutileza abstracta en particular muy góticos.

Encendí la cafetera para preparar café, y le serví uno, mientras tanto, ella encendía un cigarrillo. Ni siquiera me ofreció uno, sabía que los detestaba. Le pedí que me dijera tanto cuanto supiera, y aun sorprendida solo opto por complacer mi petición.

- Aun me parece increíble que no lo recuerdes, y si decirte lo que sé te hace sentir mejor lo haré. Verás, hace tiempo, me pediste que te hipnotizara siguiendo aquellos pasos específicos que diseñaste hace algún tiempo -, hizo una larga pausa mientras dejaba salir un espeso humo de sus labios, los mojó y prosiguió, - Sé que no te gustan las conversaciones y para no aburrirte, aquí están los escritos de tu investigación, espero me digas el meollo del asunto-, entonces, sacó de su maletín un cuaderno de cubierta de piel negra; se trataba de mis escritos, y sin más demora le eche un vistazo a los últimos apuntes.

22:01 horas 8 de agosto. Hipnosis

Estoy a punto de iniciar el experimento, me he elegido como conejillo de indias, debo aclarar que es posible que nada recuerde por lo que debo ser muy detallista en todo, en hojas anteriores a esta existe una vasta y completa investigación sobre esto.

Sin mas demoras, ahora tomare las píldoras de la sustancia que no mencionare en esta ocasión pero que diré su funcionamiento.

Reacciona sin previo aviso, las preparé yo mismo, harán efecto dentro de una hora, así que probablemente surtan efecto a las 13 horas con algunos minutos, tal vez 5 o 6, lapso en el cual estaré en un estado hipnótico para después según mi teoría, superar el estadío anímico de la muerte, según mi investigación, es factible.

Estando hipnotizado nada hará mi cuerpo hasta despertar. Le he encargado la tarea de hipnotismo a una reconocida compañera de la rama de psicoanálisis mental, y poco me preocupo de su trabajo, le he dado pasos específicos para realizarlo, cual motivo no he dicho aun si no hasta haber comprobado mi teoría. ¿dejará de ser esto teoría?, no lo sé. Continuo.

22:05 horas, ya he tomado el par de píldoras, no siento ningún síntoma aun.

22:48 horas, ha llegado la doctora Yani, y en un par de minutos iniciaremos el proceso, solo me falta finalizar este texto diciendo que el efecto que tienen las pastillas es el siguiente:

(Píldora negra) Primero coagulará mi sangre, la harán espesa, la condensarán por lo que el flujo de ella en mi cuerpo será excesivamente lento, el fin de este proceso es detener mi corazón, solo eso, y cuando por fin se haya detenido, entonces moriré en el concepto científico de la palabra. Las partículas de la sustancia contenidas en las píldoras iniciaran entonces el segundo proceso. Hago una pausa, suspiro y vuelvo a leer.

(Píldora verde a iniciar proceso un poco más tarde) Se trata de una anti-bacteria que regularán mi sangre y la harán tan líquida como lo era en un principio, con el fin de preparar mi cuerpo a lo que supongo será un nuevo estado de vida, de lo contrario mi teoría será solo una efímera idea y moriré.

22:52 horas, temo, temo por no saber que sucederá, estas son mis últimas palabras que escribiré, y en este momento daré la investigación a la doctora, en quien confío plenamente. Después de haber leído las notas, entró en mí un vacío de extrema agonía, me tome del brazo, no sentí pulso alguno, note en mi piel una extraña coloración, no muy diferente a la común, y una sensación que superaba todo sentido en mí.

Entonces reí, reí como un loco, grite hasta enclaustrar cualquier movimiento en la sala, hasta ahuyentar a cualquier espíritu que pudiera morar cerca. Mi amiga por supuesto me miraba aun con mas asombro y más que eso, con una gran preocupación.

El motivo de la risa, no sabría explicarlo, me incomodaba, era como el eructo de una comida deliciosa que sale sin dar aviso, mire el café negro sobre la mesa, pero no causo en mi ningún estímulo, reía por que estaba muerto, no, muerto no, vivo y muerto a la vez, ¿y que placer me daba eso?, no me entenderías, y a fin de estar mas complacido una idea de gran malicia me inundo, no solo habría preparado un par de píldoras como esa, lo sabia, me conocía a mi mismo y aunque no retengo esos recuerdos, sabía que las otras píldoras se encontraban en algún lugar de mi escritorio.

- Te sientes bien, espero ya lo hayas recordado- dijo, y entonces me acerque a ella, y si me hubiese visto en un espejo juraría que mis ojos cambiaron de forma, denotaba mi malicia, ¿adivinas que haría con el otro par de píldoras y con Yani la doctora?, apuesto a que no.

- Déjame hipnotizarte mi querida Yani, tómalo como una rutina de trabajo-, pero ella rió aún más aturdidoramente que yo, sus gritos eran de burla, imagina a una mujer completamente loca y diabólica, con ojos llenos de fuego, parecían más grandes de lo normal, me miró y rió una vez mas con esa voz que nunca ha dejado de resonar en mi mente, y sus palabras me dejaron en el extremo del miedo.

- Es malo fiarse del pasado y de los escritos de uno mismo, ¿No recuerdas quien fue el primero querido?-